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El mejor momento para "matar" a Castro

Sólo una noticia tan estridente como la muerte de Fidel Castro le serviría a la dictadura cubana de oportuna herramienta de distracción para apartar la atención de la más seria crisis moral y política que ha sufrido en años.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com
Posted on April 10/2009

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Hay quienes creen que Fidel Castro está muerto y que el gobierno cubano ha ocultado eficazmente su fallecimiento en aras de sostenerlo como símbolo para apuntalar a la renqueante revolución. Algunos creen que "el paciente cubano" no supervivió a la estela de complicaciones tras la emergencia del verano del 2006 cuando oficialmente fue anunciado en la televisión cubana el traspaso de poder a su hermano Raúl. Otros reconocen que no pueden precisar cuándo murió a pesar de convencidos de que sí, pero más acá muchos creen que fue recientemente, y que la evidencia de ello es la crisis actual que atraviesa la dictadura.

Tanto dentro como fuera de Cuba, por años y años siempre se pensó que excepto que Castro perdiera la vida públicamente, ya por accidente o deliberadamente por atentado, ésta sería ocultada cuando menos por una semana. Loa antecedentes pueden hallarse en una práctica soviética aplicada a la muerte de Stalin y luego al resto de los dictadores de la URSS hasta la época de Brezhnev y sus sucesores. Se trata de una filosofía comunista basada en el criterio de la necesariedad de un período de preparación para revelar la noticia, aunque llanamente no es más que otra de las manifestaciones de la aberrante obsesión por el control de ese regimen político, sazonada por el reto que impone romper por vacío la inercia de mando de un líder vitalicio del que sus más fanáticos seguidores acaso creen en su inmortalidad. Pero en el caso de Castro todo ha durado tanto que ahora su muerte incluso propone una nueva fórmula, de sentido inverso: ya no es tan crucial ocultarla, sino dilatar su divulgación en tanto les convenga.

De modo que en el supuesto caso de que Castro sí esté muerto, la jugada no es esconder el hecho con tal de crear las bases para revelarlo, sino utilizarlo acomodándolo cuasi pragmáticamente a una circunstancia particular en que le resulte de alguna utilidad. Ese momento podría ser ahora.

La cosa, por tanto, no es ajustar las condiciones para la muerte de Castro, sino ajustar su muerte a las condiciones.

Así pues, el mejor instante del establishment cubano pues para “matar” a Castro es éste. Como nunca antes la situación política y moral de La Revolución Cubana ha sido tan incómoda y acaso insalvable a los ojos del orbe como lo es ahora. Tal parece una nueva visita de la crisis que cíclicamente, como un fantasma, se le aparece en la frontera de cada nueva década: el fracaso de la Zafra de los 10 Millones en 1970; el éxodo marítimo del Mariel en 1980; el Caso Ochoa en 1989…

Para el 2010, el signo de los astros se empeña nuevamente en mortificar a la revolución. La vejez del experimento justo se manifiesta en el almanaque biológico de sus fundadores y coincide en espíritu exactamente en el mismo punto donde justamente por iguales razones comenzó a derrumbarse la gerontocracia soviética a mediados de los 80, aunque por el momento no se vislumbra todavía el Gorbachev cubano que mucha gente creyó que sería Raúl Castro. La Perestroika parece sentirse más a gusto en un samovar que en una cafetera, lo que no salva de ningún modo al regimen de su peor pesadilla: el descrédito y la vuelta de espalda de sus partidarios fuera. La terquedad de Raúl Castro y su gobierno de no ceder a demandas de corte humanitario le desarma. Una parte importante de la oposición cubana hoy carece de asas por donde él y su moribundo hermano puedan asirlas so pretexto de contrarrevolucionarias y se les hace resbalosa porque no hay modo de justificar el encarcelamiento de los prisioneros de conciencia, especialmente los enfermos por cuya liberación el disidente Guillermo Fariñas protagoniza su episodio de rebeldía por inanición. Esto, como un segundo capítulo tras la muerte por huelga de hambre del preso político Orlando Zapata Tamayo, que fue cualquier cosa menos en vano, y que sirvió de detonador para que por primera vez de manera unánime el mundo e incluso hasta los acólitos del castrismo en el planeta, se indignaran por el cruel proceder del gobierno de La Habana.

En virtuosa alegoría, como en el típico café con leche cubano, dos colores contrastantes han complicado la escena política de la dictadura: el blanco de las damas de ídem, y el negro de la piel de los disidentes cubanos, racialmente hablando una parte de la población del país que el sistema usó para su propaganda política pero que a la larga resultó tan desamparada y desfavorecida socialmente como lo criticado por los comunistas allá antes de 1959.

No importa cuántos editoriales publique el periódico Granma para atemperar la caldeada atmósfera nacional y su opinión pública, aludiendo por enésima vez el acoso mundial y haciendo de víctima de los Estados Unidos, de la Unión Europea y de la influencia de estos dondequiera. El régimen carece ya de argumentos válidos para convencer a nadie de la legitimidad de sus rigores y lo que más les atribula es que nada tiene en la mano para por lo menos desviar la atención sobre sí mismo como no sea… ¡bingo!, la oportuna muerte del jefe histórico de la revolución, o la invención de ésta. Por tanto este es el instante ideal para decir que Fidel cantó el manisero…

En el segundo mismo del anuncio de la muerte del devenido mínimo líder, Guillermo Fariñas y su huelga de hambre caerían en el olvido y acaso él mismo a tenor de ese golpe de billar, decidiría deponerla. La borrachera de los medios, mundialmente pero sobre todo en Miami, que es la caja de resonancia de la disidencia cubana, no dejaría espacio para otra noticia que el deceso más esperado de los últimos años, en tanto que ello abriría la puertas a la añorada por el gobierno neutralización de las tensiones dentro de La Isla. Y las autoridades cubanas aprovecharían esa ventana de oportunidad para, tras las sombras del suceso, desatar otra ola de represión sobre los opositores, que efectuada con discreción, no verían los medios concentrados en el ataúd de Castro. Y si las autoridades se viesen forzadas a justificar su mano dura, sofistas como siempre, no aludirían argumentos de seguridad nacional sino los de una genuina intolerancia a la ofensa, originaria en el dolor colectivo de un pueblo que ha perdido a su máximo líder. Como matar dos pájaros de un tiro. Qué magnífica cortina de humo para un nuevo atropello. Hasta para las Damas de Blanco sería incauta su marcha semanal silente y pacífica de los últimos 7 años. Ellas podrían recibir cualquier represalia como réplica de un pueblo “enérgico y viril”, herido por la afrenta de su caminata en momentos de pesadumbre tras la desaparición de su faro y guía del último medio siglo. Esos serían mas o menos los argumentos del gobierno —siempre tan huecos como cursis— para justificar acciones de retaliación.

La solución sería de un maquiavelismo rampante y por tanto no sólo coherente con la esencia del castrismo sino utilísima para sus propósitos, y llamaría la atención si no la ejecutan. Lo cual demuestra que, por otro lado, de Fidel Castro ya sólo queda el casco mas no la mala idea, pues a él mismo se le habría ocurrido la idea de fingir su propia muerte con tal de detentar el poder aún post-mortem a riesgo de tener que vivir en lo adelante como incógnito. No se asombre... no sería la primera vez que contemplaríamos soluciones delirantes de puño y letra del Comandante en Jefe...

Por el contrario, claro que también podría suponerse que la muerte de Castro sería añadir un dolor de cabeza más a la actual crisis que atraviesa la tiranía, y que al faltarle su ícono más preciado se aceleraría su desplome. Una especie de caída tropical del Muro de Berlín…

A pesar de que este parecer podría ser el cierto, nos inclinamos a pensar desde la esquina opuesta, porque lo acuciante para el regimen es frenar su minuto actual. Y pensando así, sólo la estridencia de una noticia como la muerte de Castro proveería el indispensable desvío de la atención y de la presión mundial que en este momento padece la tiranía cubana. Aunque el alivio fuese temporal —más allá del hecho de que podrían sumergir a Cuba en un funeral de por lo menos medio año— el suceso les garantizaría un respiro, una moratoria desde la cual maniobrar para sostenerse en el poder aún precariamente e incluso bajo la propia convicción de que de todas maneras están en el último acto. Para las dictaduras, la dilación del tiempo es oxigeno…

Ocurrirá esto… “matarán” a Castro ahora? Quién lo sabe… más no sería infundado. Por otra parte, qué bueno sería que acabara de morirse aunque fuese sólo por pretexto. Pero mientras tanto, ahí le propongo una tentadora alternativa a quienes sueñan con prorrogar el castrismo en Cuba después del diluvio, cualquiera que sean las alternativas de una realidad: o sacan a Castro tieso de la nevera de hielo seco donde lleva meses y le mienten al mundo diciéndole, “miren, se nos murió ayer”, o si está vivo le ponen delante al vejete en pantuflas su cóctel de mariscos predilecto aderezado con ácido muríatico. Hey, Ramiro Valdés y Alarcón: ¿Se acuerdan cuánto le gustaba a Castro aquella receta de bobó de camarones que con tanta fruición él enseñó a cocinar a Frei Beto en 1987.. o fue al revés? Qué importa, para el caso da igual...

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